domingo, 19 de julio de 2015

Libros de desecho


Hace unos días llamé a Mercurio por cosas de familia. Aproveché la llamada para pedirle algunos consejos sobre la librería. La semana pasada compré dos bibliotecas grandes de material mediano, ni buenos, ni malos: regulares. Se acumularon en pilas y cajas a lo largo de los pasillos, para acomodar y trabajar cerca de dos mil libros se necesita espacio: llegó el momento de desechar. Hace poco más de un año, empecé a separar los libros “malones”: no tan malos para el kilo, no tan buenos como para ponerme a trabajar en ellos. Cien cajas llenas. Mercurio, en un acto de generosidad del que estaré agradecida por siempre, me dijo: Yo me los llevo. Afortunadamente tengo una librería para ese tipo de material: El Inframundo. Revisó uno por uno los libros de treinta cajas. Algunas veces eran de cero pesos, otras de apenas treinta. A treinta pesos la caja. Yo le habría pagado porque se las llevara, pero, librero al fin, me dijo: éste es mi trabajo, éste es mi negocio, te pago como siempre lo hago. Y nos pagó un buen dinerito que elevó nuestra venta diaria. Qué bien, me alegra que esos libros que ya estaba por vender al kilo, tengan una última oportunidad de llegar a algún lector en las mesas de a uno por diez, tres por veinte, diez por cincuenta. 


Ayer tuvimos una linda comida familiar. Con ocho tíos libreros, las conversaciones en la mesa irremediablemente se tornan librescas. Disfruto mucho estas charlas. Platicamos de los robos, las rarezas y los sistemas de trabajo. Las anécdotas circulaban de uno a otro lado de la mesa. Nos dieron consejos buenísimos a los recién ingresados al gremio. Todos llegaron a la misma conclusión: para ser este tipo de librero, aquel que lo mismo convive con libros buenísimos, buenos, regulares, malones y malos, el secreto está en trabajar mucho: separar lo bueno de lo malo, crear un buen sistema de trabajo en el que se reduzcan los movimientos de libros (vaya que son pesados) y aprovechar el tiempo al máximo. Obreros al fin. 


Hay muchos tipos de libreros. Tal vez la más atractiva de las librerías es aquella que solamente está compuesta de rarezas bibliográficas. Tal vez la más terrible de las opciones es la librería compuesta de desechos. Siempre hay la posibilidad del error, dijo Juan. Al mejor cazador se le va la libre. Una vez encontré un libro de cuatro mil pesos en la mesa de a diez. Juan tiene un mezzanine de seiscientos metros cuadrados con rarezas bibliográficas catalogadas en su página http://libreriasdeocasion.com.mx. Al lado del Inframundo, Mercurio tiene Bibliofilia, tal vez la mas bonita de las librerías de la ciudad de México. 

Mientras pienso en todo esto, Alejandro prepara su próxima  exposición en la galería Myl, La delgada línea que divide el lado derecho del izquierdo. Le regalé de la librería cien libros empastados de economía de los años setenta. Libros elaborados con una total incongruencia a la economía libresca y la de cualquier país, libros que son desechos o que solo se valoran por sus pastas: todavía tienen una escasa posibilidad de venderse por metro lineal para decoración. 


Nadie leerá sus páginas de economía actual, economía de hoy o economía para el futuro. Alguien debería prohibir usar en los títulos de los libros las palabras hoy, actual y futuro, tan usuales en los grandes tratados económicos. Muchos de los cien que le regalé nunca fueron leídos. Ahora están siendo transformados en libros cuyo objeto no será la lectura, sino el arte. Una gran reflexión sobre el desecho, la economía, y las posibilidades estéticas de un libro. 


domingo, 5 de julio de 2015

Cajas de papeles

 Salpicadas por toda la librería he encontrado algunas cajas llenas de papeles, folletines y revistas viejas. Según me cuentan mis tías, pertenecieron a la librería de mi abuelo. Decenas de cajas como ésta las repartieron entre diez hermanos. Algunos libros destazados quedaron repartidos en varias cajas. Mis tías han contemplado la posibilidad de hacer una reunión familiar con la intención de reunir los pedazos de libros e intentar completar alguno, como si fuera un rompecabezas. Después de platicar con ellas me di a la tarea de abrir una para ver con qué me encontraba. 



Hasta arriba había un ejemplar encuadernado en pergamino, el cuarto tomo de los sermones del ilustrísimo señor don Juan Bautista Massillon. Un ejemplar sin importancia para mí, excepto por las tripas que se encontraban en él: cinco estampas, láminas sueltas de algunos libros que mi abuelo solía juntar. En las visitas que hacía a la librería de mi abuelo, algunas veces me regaló sobres con este tipo de estampas. Los conservo con mucho cariño.





Un montón de boletines de Hacienda, de la Secretaría de Fomento, del Archivo General de la Nación e informes gubernamentales de todo tipo: inventarios sobre el petróleo, sobre las deudas contraídas con países europeos, y datos por el estilo. ¿Comprará alguien todo esto? Ahora estamos completando la colección del Boletín del Archivo General de la Nación primera y segunda serie, me gustaría saber cómo haremos para vender todo lo demás.


Me gustan especialmente por su diseño. Es un catálogo de recursos de las mejores imprentas: Las de Vicente García Torres, Ignacio Escalante, Francisco Díaz de León, Ignacio Cumplido, Ireneo Paz, Vanegas Arroyo, Abadiano Valdés, La viuda de Murguía. Habría que hacer una historia visual de esas imprentas. Con las cajas que dejó mi abuelo hay suficiente material para hacerla.







Entre las obras también hay papeles arrugados, pedazos de cosas. Algunas interesantes obras antiguas de derecho, todavía impresas en papel de trapo. 

Hay también un libro escolar, Cuadros morales, dejo acá una página dedicada a La Vagancia.




Hay varios ejemplares de The Illustrated London News, de 1954. Parecerían anteriores por sus diseños victorianos.









También cuatro ejemplares de la revista francesa PROA, dedicada a la segunda guerra mundial. Llena de fotografías de las hazañas francesas en las campañas bélicas.



México, historia, turismo y costumbres, con bonitas fotos de nuestro país. Me llamaron la atención las imágenes de las colonias Roma y Condesa. Vacías de construcciones y llenas de palmeras. Las fotografías son de México Fotográfico, 24 años fotografiando toda la República Mexicana cooperando así a la campaña Pro-Turismo. A cien pesos el millar de Postales.






Una tabla francesa de minerales. 




Un cuadro sinóptico de la participación de México en la guerra, muy divertido de leerse.

Geditche, poemario alemán de 1796 de Gottfried August Bürger.














La revista española Nuevo Mundo, ¿de quién será la portada?, y una serie de pasatiempos ganadores de un concurso cuya solución no logré resolver. 







De mis favoritos: dos ejemplares de la revista de ciencias Cosmos. Detalla los últimos avances científicos, como la inmersión de cadáveres en baños galvánicos. No entendí bien con qué fin, pero parece que fue una práctica novedosa para estudiar la electricidad y su conducción. No en balde Frankenstein. Contiene también dos litofotografías de las grutas de Cacahuamilpa, una serie de trucos de magia basados en fenómenos científicos y un reportaje sobre las fotocronografías.





Recomiendo ampliamente que lean esta imaginación sobre el futuro de los hilos eléctricos. Más allá del teléfono, en esta revista Cosmos se imaginaron el teleteatro, para escuchar a distancia una obra completa, el teleambigú, para disfrutar de conversaciones posteriores a la obra, el telekiss, para dar besos a distancia, y hasta el teletrompis, por si el beso no fue de su agrado.



Esta compilación de los artículos de Antonio Manero referente a Carranza y su participación en las guerras de Revolución me llama la atención porque tiene notas en las que reconozco la letra de mi abuelo: señalan que el libro está completo.  Con la clave que usó en sus libros (MARIN LOPEZ) está el precio: NL LZZ: $56,600.00 pesos.






Hay entre más papeles y papeles una tabla de tiempos y distancias en carreteras mexicanas, un portadilla suelta y una cromolitografía en cuyo pie se puede leer: Y cogiéndola del brazo, tomó un candelero y la llevó delante de un espejo.

Demasiado para una pequeña caja de papeles.

Las fotos son de César Franco 

domingo, 21 de junio de 2015

Vicente Rojo -I-


Los libros tienen sus propios hados. Los libros tienen su propio destino. Una vez escrito –y mejor si es publicado, pero aun esto no es imprescindible– nadie sabe  qué va a ocurrir con tu libro. Puedes alegrarte, puedes quejarte o puedes resignarte. Lo mismo da: el libro correrá su propia suerte y va a prosperar o a ser olvidado, o ambas cosas, cada una a su tiempo.
Augusto Monterroso, “Los libros tienen su propia suerte”, en La palabra mágica

Esta semana fuimos a ver la exposición Escrito/Pintado de Vicente Rojo en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo. Una maravilla. Abre con una vitrina dedicada a la caja Marcel Duchamp que diseñó y proyectó junto con Octavio Paz, después una sala con algunos pocos ejemplares de sus diseños para revistas, libros y carteles. Digo pocos no porque sean pocos volúmenes, de hecho se trata de una sala completa con una selección hecha por Marina Garone, pocos porque la producción libresca de Vicente Rojo es muy vasta. Llenaría todo el museo solamente con los impresos salidos de su cabeza diseñadora y de las prensas de la Imprenta Madero. 


En la librería pueden encontrarse por treinta o cuarenta pesos ejemplares de la colección Era/Sep, y al mismo tiempo libros raros  como Renga o primeras ediciones de las diferentes series de la editorial Joaquín Mortiz. Vicente Rojo diseñó también varias revistas además de las conocidas México en la Cultura, Artes de México y Revista de Bellas Artes. De una mirada rápida, sin buscar mucho, encontré un par de ejemplares de Diálogos, una con ilustraciones del mismo Rojo, y Cuadernos Políticos, que, aunque no tiene su crédito, es notable el sello característico de sus diseños. 























Vicente Rojo no era asiduo a poner su crédito de diseñador, director artístico o ilustrador. En la portada de El gato eficaz, de Luisa Valenzuela, de Joaquín Mortiz, firma un gato con medidas como Santiago Almazán. 


Los libros de la Serie El Volador de Joaquín Mortiz, no tienen tampoco el crédito de sus portadas, dibujos, altos contrastes, divertimentos que le sacan una media sonrisa al evocar su recuerdo. Encuentro un parecido en los diseños de esta colección y Artefacto, la escultura de libros que aparece en la entrada. Es, a mi modo de ver, una reflexión sobre el diseño, el arte, la interacción de ambos, y la intención multiplicadora del libro como medio de comunicación masiva, la industrialización del libro. ¿Qué diferencia hay para ti entre pintar y diseñar?, le pregunto en la visita el maestro Rafael López Castro. No sé, respondió Vicente. Estructuro la pintura como una página y aplico el color en el diseño como si fuera una pintura. 



La edición de La Feria, de Juan José Arreola, dice en su tercera página Asteriscos de Vicente Rojo.  Los dibujos originales también pueden verse en la muestra. 







Una de mis colecciones favoritas es Alacena de editorial Era. Nos cuenta Vicente Rojo que se le ocurrió la idea de hacer una editorial mientras trabajaba como director de arte en la Imprenta Madero. Junto con los hermanos Neus, Jordi y Quico Esrpesate (E), Vicente Rojo (R) y José Azorín (A), contaron la idea a Tomás Espresate; él concedió parte de los fondos para iniciar la empresa con la condición de que sólo fuera un proyecto hecho por jóvenes. Los libros son extraordinarios. De un mismo tamaño, las cajas, diseños y tipografías de cada título cambian. Algunos contienen ilustraciones pensadas con las tintas directas y posibilidades que daban las máquinas y los prensistas de la imprenta. He sido feliz testigo de las conversaciones de Rafael López Castro y Vicente Rojo sobre el trabajo en la imprenta, de la forma de trabajar de ambos y del ambiente. Los dos recuerdan con gran cariño los nombres de cada encargado del proceso de producción (linotipistas, prensistas, fotomecánicos, encuadernadores) y de los líos en los que los metían para que sus diseños quedaran tal y como los habían imaginado. La colección de Alacena es un catálogo de estas posiblidades. Los autores que publicaron eran, para los años sesenta, tanto jóvenes Carlos Fuentes, Héctor Manjarrez, Salvador Elizondo, como los consagrados Alfonso Reyes, Salvador Novo o Max Aub. Muy divertidas son los títulos que diseñó para Alejandro Jodorowsky.














































Con el mismo cariño y despliegue de sabiduría mecánica, diseñó las ediciones que la Librería Madero regalaba a fin de año. Me gusta especialmente el escrito por José Emilio Pacheco bajo diferentes seudónimos Mecanismos/Imágenes/Ficciones. Lo recuerdo en mi biblioteca de adolescente; mi ejemplar, contra todo afán bibliófilo, terminó maltratado de tantas lecturas. Alguna vez usé sus cuentos para ejercicios de diseño de la carrera, me enteré de que fueron escritos por José Emilio Pacheco muchos años después. Con el tiempo me doy cuenta de que parte de mi fascinación fue el misterio de los textos provocado por las imágenes. Algunas de ellas tienen pies escritos por el mismo Vicente Rojo y son una narración paralela, indesprendible al mismo tiempo del texto. 








Este Diccionario de ideas, de Masimo Bontempelli, está impreso sobre papeles azul y blanco con tintas azul, marrón, rojo y negro. El texto está detallado con señas de flechas y corchetes que Vicente Rojo agregó al texto para enfatizar alguna idea de la imagen.













  



Son preciosos los libros de los artistas Kazuya Sakai, Arnaldo Coen, y el mismo Vicente Rojo. Él trabajó la imagen de otros artistas fotomecánicamente para que, en vez de reproducir las imágenes en selección de color, tuvieran la intensidad de las tintas directas. Si se trata de obras hechas especialmente para el libro, son originales múltiples. Mientras recorríamos la muestra, Vicente Rojo nos mostró su libro Negaciones para esta colección. Nos contó cómo pidió al encargado de la encuadernación que lo suajara línea por línea de color. 























































En la visita platicó cómo obtenía las imágenes para decorar las publicaciones: grabados antiguos, ornamentaciones y florituras tipográficas. Las recortaba de revistas, periódicos y toda clase de impresos. Armó un archivo grande que aún conserva. Me encantaría verlo. Muchas de estas están desplegadas a lo largo de los números que diseño para la Revista de Bellas Artes. En el número 1, de 1965, tiene dibujos de Cuevas, Arnaldo Coen y Carlos Cofeen. Vicente Rojo contó que pedía todo el tiempo a sus amigos artistas a cada rato imágenes para ilustrar las revistas o portadas de libros que diseñaba. La intención era permitir publicar a todos los que se pudiera y no ser el protagonista de sus diseños. Entre los muchos elogios que puedo hacer de su persona, más allá de sus diseños, es que, además de su generosidad, Vicente Rojo es portador de una elegante discreción y de una genuina modestia. 

























Los libros tienen su propio destino, y los de Vicente Rojo andan tanto en los botadores de diez pesos como en las vitrinas de elegantes colecciones. Yo le recomiendo, querido lector, que empiece su colección ahora que todavía es posible. Vaya corriendo por ellos a nuestra librería. 

Mientras tanto, yo lo dejo con Los libros tienen su propia suerte, de Augusto Monterroso. El libro en que aparece, La Palabra Mágica, lo diseñó por supuesto, uno de sus mejores amigos: Vicente Rojo.
























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